• Hola Invitado, nos gustaría recordarte que mantener este sitio en línea conlleva unos gastos mensuales y anuales.

    Sin vuestra ayuda mensual no es posible seguir en pie, no hay mucho más que contar.

    Si quieres colaborar para que sea posible por lo menos seguir en pie como comunidad, puedes hacerlo mediante alguno de los métodos disponibles en esta página: https://www.lonasdigital.com/donaciones/

    Recuerda que si necesitas invitación para acceder al foro, puedes solicitarla en nuestro Grupo de Telegram


El empresario arruinado que "atracó" un banco para ir a la cárcel cuenta su historia

bonel

bonel

Usuario Mítico
Registrado
29 Nov 2006
Mensajes
8.335
Reacciones
0
Puntos
39
«He tenido mala suerte hasta para ir a la cárcel»

El hombre se enfrenta a una posible multa de 180 euros, en lugar de una «condena corta», que era su objetivo

El exempresario que se convirtió en atracador por un día relata a SUR los motivos que le empujaron a asaltar un banco solo para ingresar en prisión

«De camino a la comisaría, los agentes me preguntaron por qué no me había llevado el dinero del banco. Yo les contesté: 'No he querido robar porque no soy un ladrón'. Tampoco sirvo para mendigar ni para pedir en la puerta de una iglesia. Soy capaz de perder la vergüenza y llevarme un salchichón del supermercado para comer, pero nada más».
Aquel día, sin embargo, Antonio -nombre ficticio, prefiere mantenerse en el anonimato- se metió en la piel de un delincuente. En el calabozo entró como tal. «Allí había de todo. Había gente detenida por robo, por orden de alejamiento... », afirma el exempresario. «Los compañeros de celda me preguntaron por qué me habían arrestado y respondí que por atraco a un banco. Ellos me dijeron: '¡Ole tus...!'».

Pasó la noche sin dormir en una celda con una colchoneta «finísima» en el suelo y una manta que echaba «muchísima peste». Esa fue la peor parte. «El calabozo es horrible, pero no por los policías, que me trataron muy bien en todo momento, sino por las condiciones. Los compañeros me dijeron que un día allí equivale a una semana en la cárcel», asegura.

Al día siguiente -martes-, lo llevaron al juzgado. «Conmigo no habló nadie, ni el juez ni el fiscal ni el abogado de oficio. Un señor me dijo: 'Firme usted aquí, ya se puede marchar'». Antonio se quedó helado. Su plan acababa de irse al garete. Relata que le dieron un papel en el que se le citaba para un juicio rápido de faltas el próximo día 13. «Yo esperaba que me condenaran de ocho meses a un año, y lo que hacen es dejarme libre y ponerme una multa de 180 euros. He tenido mala suerte hasta para ir a la cárcel».
Porque su botín era ingresar en prisión. Primero se informó: «Si pasas más de seis meses dentro, al salir te dan una ayuda penitenciaria de cuatrocientos y pico euros (hasta un máximo de año y medio)». Y luego hizo sus cuentas. «Calculé: 'Con 150 euros alquilo una habitación en un piso compartido y vivo con el resto'. Por eso busqué una condena corta, de dos o tres años. Entre eso y los 18 meses de paga, podía ser tiempo suficiente para que pasara esta crisis y por fin encontrara un empleo», añade.

Le quedaba definir el delito. Hizo un breve sondeo entre «conocidos» con experiencia en la trena. «Me planteé: ¿cómo lo hago para no hacer daño a nadie? Uno me aconsejó que le diese una pedrada a un coche de policía, pero pensé que iba a salir peor parado. Otro me dijo que robara un coche en una gasolinera, que hay quien lo deja con las llaves puestas, y le contesté: '¿Para que voy a llevarme un vehículo sin combustible? Me va a dejar tirado nada más salir». Al final, después de mucho pensar, se decantó por un atraco.

Su pasado

Pero, ¿cómo llega un hombre que había estado al frente de una empresa, y que había tenido a personas a su cargo, a esta situación? Antonio resume en unas líneas la crónica de su pasado: «En la empresa de construcción (familiar) vivimos un buen momento. Fue todo muy bien. Yo cobraba 2.000 euros... Así estuve desde el 96 hasta hace tres años. Después me monté por mi cuenta y duré tres meses. No funcionó por la crisis. Hoy día, el que tiene arreglar un cuarto de baño recurre a conocidos. Probé con una casa de seguros y contacté con dos o tres administradores, pero no hubo suerte. La 'mijita' de dinero que tenía me lo fundí».

Dice que lo ha intentado todo y que empapeló Málaga de currículos. Probó en los polígonos y en las grandes empresas. De albañil o de mozo de almacén. Nada. «He hecho cursos del Inem, de orientación... Yo solo quiero trabajar, pero me he dado cuenta de que esto tiene que ser por el boca a boca», se lamenta. Con el tiempo, agotó todas las ayudas económicas. Para colmo, la relación sentimental en la que se había apoyado en los tiempos malos terminó.

Hace unas semanas, Antonio se vio en la calle sin techo, sin dinero y sin trabajo. «Llevo un mes a base de bocadillos, ya he perdido siete kilos. Cuando me apetece una tapa, voy a un bar, pido una y en un descuido me marcho. Así no hago daño a nadie y no le dejo una gran deuda al establecimiento». Se alimenta de lo que consigue de aquí y de allá. «Estoy en la calle, pidiendo un euro a unos y a otros en el barrio, todo el día pasmado, comiendo bocatas. ¿Eso es vida? Prefiero estar encarcelado porque me dan mis tres o cuatro comidas diarias, tengo la opción de estudiar, incluso de trabajar dentro y, al salir, me queda la ayuda esa penitenciaria con la que buscarme la vida y salir del bache.

Porque esto no es libertad. No le veo la parte negativa a la cárcel. Pienso que seré más libre estando preso. Van a tener que hacer más prisiones, porque hay mucha gente como yo en España».

La única noche en la que no tuvo dónde acudir se cobijó en la sala de espera del Hospital Civil. Al día siguiente, un conocido del barrio le prestó un piso amueblado con lo básico en el que pasar unos días. Una suerte con fecha de caducidad. Su amigo le dijo recientemente que tenía que abandonar la vivienda porque la necesitaba, y Antonio se vio abocado de nuevo a la calle. Esa fue la gota que colmó el vaso. Desesperado,

planificó el golpe.

Decidió armarse para asegurarse -o eso creía él- la condena que buscaba. Cogió un cuchillo «tipo Rambo» y un palo grueso de madera, «como de una pala», de casi un metro de longitud. El disfraz no fue un problema, porque, como quería que lo pillaran, actuó a cara descubierta. Se puso unos vaqueros y una camisa blanca con unos cuadros celestes, y se colocó un chaquetón de color verde. De esta guisa, como quien sale a pasear, se echó a la calle a cometer el atraco de su vida.

Ni siquiera tenía claro el objetivo. Recorrió varios bancos y los fue descartando por distintos motivos. «Me temblaban las piernas a horrores, pero estaba convencido de que tenía que hacerlo. Me di una vuelta por varias sucursales. En la primera había mucha gente, en la segunda estaban limpiando los cristales de la fachada, y encontré una en la que no había clientes. Y dije: 'Esta'».

Era la oficina de La Caixa situada en el número 41 de la calle Martínez Maldonado. Antonio cruzó la puerta, enfiló el primer mostrador y se dirigió al cajero.

-Esto es un atraco.

-Estás de broma, ¿verdad?

-Lo digo en serio. No vengo a robar, sino a que me lleve la policía.

A partir de ese momento, el empleado le obedeció en todo lo que le dijo.

Antonio observó que en la sucursal también se encontraban el director y una trabajadora. «Si llego a saber que ella estaba embarazada, no me meto en ese banco», recuerda el exempresario.

Sus instrucciones fueron claras. «Le pedí que cerrara la puerta con llave para que no entrara nadie más. En ese instante, se levantó el director y le dije: 'Tranquilo, que no me voy a marchar porque estoy esperando a la policía'. Miré a la empleada y traté de que no se pusiera nerviosa: 'Señora, tranquila que no le voy a hacer nada'». Entonces, el cajero le rogó que su compañera fuese la primera en salir. «¡Como si yo los hubiese tenido secuestrados! Le contesté: 'No se preocupe, ella va a salir detrás de mí, porque me voy a entregar».

A continuación, le pidió al empleado que llamara a la policía. El trabajador marcó el número de la comisaría y le pasó el teléfono. «Usted es Antonio, ¿no? ¿Va de verde? ¿Y armado? Contesté: 'Sí, con un cuchillo y un palo'. Ah, pues suéltelo, vamos a hacerlo lo mejor posible. Y respondí: 'Usted no se preocupe que yo no voy a poner resistencia'». Le propuso al agente dejar sus 'armas' sobre una mesa y esperarlos de rodillas en el extremo opuesto, con las manos a la espalda y sin el chaquetón. Los policías entraron con total tranquilidad y lo detuvieron. Lo único que pidió, y que ellos le concedieron, fue que le taparan la cabeza con el anorak para evitar que alguien le echara una foto o le grabase en la calle y lo identificaran.

El día después

Y todo, para nada. Con la citación judicial en la mano, Antonio volvió a su cruda realidad. Nada más salir de la Ciudad de la Justicia, al llegar a la altura de la 'fuente de los colores', se preguntó: «¿Qué hago? ¿Atraco otro banco? Ahora ya tengo antecedentes, lo tengo más fácil para que me encarcelen. Se me pasó por la cabeza volver a intentarlo, pero me acordé de la mala noche en el calabozo y lo descarté».

Pensó que era mejor idea volver a casa. Como si de un ritual se tratara, se duchó, se afeitó, cambió las sábanas de la cama y cenó pan con mantequilla y un salchichón que, reconoce, había cogido de un supermercado. Puso la tele «por si echaban el taquillazo». Se acostó sobre las nueve y durmió 12 horas seguidas. «Y mira que yo me despierto con que pase una mosca», matiza.

Llevaba dos días sin pegar ojo y la conciencia tranquila. Aquella mañana, de camino a casa, pasó por la puerta de la sucursal de La Caixa que un día había atracado y pensó: «¿Cómo estarán?». Cuando llegó al piso, decidió escribirles una carta. Antonio la reproduce de memoria: «Queridos banqueros, perdonadme por el mal rato que os he dado. Os pido disculpas. Sobre todo lo siento por la mujer que está embarazada, espero que tanto ella como el feto se encuentren bien». La firmó con nombre y apellidos. P. D.: «No sé si servirá de consuelo, pero mi intención nunca fue atracar ni hacer daño a nadie. Os pido mil veces perdón». Antonio se dirigió al banco, golpeó el cristal y se la pasó por debajo de la puerta al director de la oficina, que estaba trabajando en ese momento. Al leerla, asintió y levantó el dedo pulgar. Todo estaba bien.


Se armó con un cuchillo «tipo Rambo» y un palo, aunque no los usó para intimidar a los empleados

SUS FRASES

«No he querido robar, no soy un ladrón ni sirvo para mendigar»

«Buscaba entrar en prisión y la paga que dan al salir para superar el bache»

«Prefiero estar encarcelado porque me dan tres o cuatro comidas diarias»

«El calabozo es horrible, dicen que un día allí es como una semana en prisión»

«Al quedar en libertad se me pasó la cabeza atracar otro banco»

«He escrito una carta a los empleados para pedirles perdón por el mal rato»
 
Joder.... Es que no sabes lo que es estar mal hasta verte en su situación y yo eso por desgracia lo se de buena mano.... Así va España!!
 
No me estraña como esta la situación lo que ha hecho esta persona,hay que ponerse en su caso y como esta la situación y la crisis en España,cuando se nos acaben la pestaciones de desempleo haber que hacemos robarrr ya es la última opcion que nos espera esperemos que algun dia se acaben estos malos tiempos que estamos pasando en España con la crisis un saludo
 
Atrás
Arriba