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Los 'Chanquetes' del siglo XXI

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* Viven y navegan libres de hipotecas y alquileres abusivos.
* El Puerto de Barcelona se ha convertido en un barrio flotante.
* Unos 150 barcos-casa se reparten entre el Port Vell, Olímpic y Fòrum.


MARÍA SALGADO. 04.03.2010

Vivir a bordo, hacer del barco tu casa, residir en un barrio flotante. Esta aventura en la que se enrolan desde solteros y divorciados hasta familias numerosas está salpicando nuestras costas de auténticos chanquetes del siglo XXI. Mecidos mayormente por las aguas del Mediterráneo, donde el clima es el mejor aliado, comparten su amor por el mar y la libertad de navegar sin hipotecas ni alquileres abusivos.

El Melquíades.Una de las mayores colonias naúticas españolas está en Barcelona y suma, al menos, 150 barcos-apartamentos. "En el Port Vell, el Olímpic y el Fòrum siempre hay gente viviendo en embarcaciones. Está permitido. En el primero hay más extranjeros y en los otros dos, más españoles", asegura Jordi Blasco, gerente de la Associació Catalana de Ports Esportius i Turístics.

Para mi hijo mayor vivir aquí es como un sueño. Quiere ser pirata y capitán y aprende todo muy rápidoEl vecino más joven de este barrio flotante se llama Piebe Krediet y nació hace un mes en el Hospital del Mar de Barcelona. Sus padres, Arnout e Iris, y su hermano, Gaje, viven desde hace un año y medio en un velero amarrado en el Port Vell. "Es la mejor marina del Mediterráneo. Es segura, está protegida y situada en el centro de la ciudad. Y además nos gusta el clima y la gente", asegura Arnout.

El velero Melquíades.El barco, construido en 1964, tiene 16,5 metros de eslora repartidos en tres camarotes, una cocina grande, un comedor y baño. Les costó 65.000 euros y pagan 700 euros mensuales por el amarre. "No tengo dinero para un barco y un piso, y me gusta mucho más vivir aquí. El ritmo de vida es más orgánico. Hay tiempo para pensar, para ser de verdad. Me gusta la aventura, creo que soy un romántico", confiesa Arnout, que ha bautizado su velero como Melquíades en honor al gitano nómada que lleva inventos de diversos lugares del mundo a Macondo en Cien años de soledad.

Aquí hay tiempo para pensar, para ser de verdad. Me gusta la aventura, creo que soy un románticoEsta familia holandesa está muy integrada en la vida de la capital catalana e incluso se ha empadronado en el barco. El padre trabaja como periodista para varias revistas de su país, la madre es artista y tiene una galería, y el hermano, de cuatro años, está escolarizado en el Colegio Baixeras. "Para mi hijo mayor vivir aquí es como un sueño. Quiere ser pirata y capitán y aprende todo muy rápido. Habla holandés y catalán, y entiende castellano e inglés", dice, orgulloso, Arnout.

El Port Vell.En los más de 50 barcos-vivienda del Port Vell hay muchos extranjeros, sobre todo ingleses, estadounidenses, canadienses y holandeses, pero también españoles. Luis, un prejubilado recién divorciado, lleva año y medio viviendo en un velero. El suyo, de 10 metros de eslora, le costó unos 50.000 euros y paga 420 mensuales por el amarre, que incluye el derecho a usar las duchas de la marina. "Yo no vivo aquí por el dinero. Es la libertad que sientes, es una cosa mental. No quiero nada más que esto", asegura mientras se bebe una cerveza disfrutando del sol del mediodía y del sonido de los mástiles movidos por la brisa.

Yo no vivo aquí por el dinero. Es la libertad que sientes, es una cosa mentalPara Luis, lo mejor de vivir en su barco es estar en el centro y tener buenas vistas y lo peor es que siempre hay que estar arreglando cosas y que la falta de espacio agobia un poco. "Aunque cuando compro un libro y me lo leo, lo regalo", explica.

Las relaciones vecinales en el puerto son mucho más intensas de lo habitual en una gran ciudad. "Quedamos para cocinar y comer juntos, para preparar travesías, tomar unas cañas y navegar. Aquí hay de todo: fotógrafos de moda, deportistas olímpicos, periodistas, pintores, cantantes...", calcula Luis.

Ferran, en su velero.Pero no todos los chanquetes viven a bordo por placer, sino por economía. Es el caso de Ferran Fulla, un joven de 27 años, que reside con su novia en un barco en el Port Olímpic. "O vivo en un piso o tengo un barco; las dos cosas no es posible. Tarde o temprano viviré en una casa. Quizás cuando forme una familia porque los niños necesitan más espacio", razona.

Lo más negativo es la humedad y la falta de espacioEste mecánico de barcos pagó 50.000 euros por su velero de 10 metros de eslora y desembolsa 300 mensuales por el amarre, que incluye el agua, la luz y el parking del coche. "Vivir en un barco es una manera de poder tener un barco, pero vas sumando y te sale igual de caro que un alquiler porque hay que pintarlo todos los años y pagar el seguro", se queja.

El Port Olímpic, de noche.Para Ferran, lo mejor de los barcos-apartamento es la libertad que se siente, que puede irse a donde quiera, incluso a parajes donde no llega un coche, y que lo tiene todo limpio y recogido en media hora. Lo más negativo es la humedad, la falta de espacio, el ruido de las discotecas y que en los baños no hay lavadora de monedas, explica.

A la entrada del Port Olímpic, en el que viven más de medio centenar de personas, la empresa Brokerage anuncia "Barcos apartamentos para vivir a buen precio". Uno de sus responsables, Miquel Luque, asegura que sus clientes viven en todo tipo de embarcaciones, aunque la comodidad empieza a partir de los diez metros de eslora que suponen una superficie útil de 20 metros cuadrados. Veleros de este tamaño se pueden encontrar en el mercado de segunda mano por menos de 30.000 euros.

Publicidad de barcos en venta en el Port Olímpic de Barcelona.

También el Port Fòrum se ha transformado en un pequeño barrio flotante, con las ventajas de que es más barato (280 euros por un amarre de 10 metros) y cuenta con Wi-Fi. Fuentes de esta marina barcelonesa han confirmado a 20minutos.es que el fenómeno de las casas flotantes se mantiene. De hecho, en la actualidad son una docena de embarcaciones las dedicadas a vivienda, la mayoría nacionales. "Al estar permanentemente en el agua el propietario no hace el mantenimiento básico. Además, es perjudicial que descarguen las aguas negras a 12 millas del litoral, y también que lo hagan en el interior de las dársenas", critican desde el Port Fòrum.

Gonzalo y Jorge, con su amiga Roxana, a borde del velero.Si lo fundamental es el sentimiento de libertad, todavía hay un modo más independiente de vivir a bordo: sin amarres, con el velero fondeado o navegando continuamente. Ésta es la opción que han elegido Yolanda; su pareja, Chris; y sus hijos, Jorge, de seis años y Gonzalo, de diez. "Hemos vivido fondeados en Santiago de la Ribera, que está cerca de San Javier (Murcia). Nadie te molesta y no pagamos amarre. Sólo vamos a costa a repostar agua dulce", presume Yolanda.

Hemos vivido fondeados en Santiago de la Ribera. Nadie te molesta y no pagamos amarreHace un año que esta familia puso en alquiler su piso de Murcia y se trasladó a un velero. Un súper barco de casi 17 metros de eslora distribuidos en cuatro camarotes, dos baños (uno con bañera), una cocina industrial e incluso un garaje para las motos y las bicicletas. Con comodidades como una lavadora, una chimenea de leña o una barbacoa, y autosuficiencia energética gracias a placas fotovoltaicas y un sistema de aprovechamiento eólico, vivir a bordo es más fácil.

Yolanda, cocinando en su velero."No tenemos hipoteca ni alquiler ni gastos de amarre o luz. Nuestro gasto doméstico mensual lo dedicamos a la alimentación y es de unos 400 euros. Además, para ganar dinero ofrecemos a las parejas pasar un fin de semana en el velero y les cobramos unos 1.200 euros", explica esta diseñadora de páginas webs.

El sueño de esta familia, dedicar un año sabático a navegar por Sudamérica, se ha visto truncado por cuestiones burocráticas. Los niños iban a seguir el programa de enseñanza a distancia del Ministerio de Educación, pero el inspector que debía darles la autorización, se ha negado. "Esto es abuso de poder. Ha tomado esta decisión porque estoy divorciada, pero no se da cuenta de que tengo la custodia por algo", protesta Yolanda, que sigue soñando con esa travesía transoceánica para enseñarles a sus hijos el significado de las palabras aventura y libertad.
 
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