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Schumacher, veinte años no es nada

mochuelillo

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Homenaje al piloto más laureado de la historia de la Fórmula 1
¿Dónde estábamos hace veinte años? ¿Dónde estaba la Fórmula 1 hace dos décadas? ¿Qué recordamos de aquellos días? Ni Eau Rouge, ni Jordan, ni Ecclestone, ni Benetton… ni Schumacher. Nada es lo mismo. Pero todo es igual. ¿Contradictorio? Probablemente Michael no pueda entenderlo, pero un viejo tango resuena en el aire y pone banda sonora al que será un fin de semana muy especial para él: "Adivino el parpadeo de las luces que, a lo lejos, van marcando mi retorno. Volver con la frente marchita. Sentir, que es un soplo de vida, que veinte años no es nada. Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez". Volvemos a Spa. Veinte años después.

Eau Rouge siempre impresiona. Da igual haber pasado por ahí mil veces. Pero si eres un debutante, la montaña rusa de Spa-Francorchamps se antoja casi imposible. Un tiempo de 2’12”382 fue el primer registro en Fórmula 1 de Michael Schumacher. Lo realizó en su primera vuelta lanzada el viernes 23 de agosto, durante los entrenamientos libres del Gran Premio de Bélgica de 1991.

Al día siguiente logró clasificarse octavo en la parrilla de salida. Su tiempo (1'51"212) fue sólo casi tres segundos y medio más lento que el de Ayrton Senna (1'47"811). Nadie, ni los periodistas alemanes, ni los ingleses (que habían hecho apuestas sobre en qué posición iba a clasificarse el joven piloto debutante alemán), ni siquiera su jefe, Eddie Jordan, acertaron. Desgraciadamente, esa fue la única alegría del fin de semana. La carrera, en resumen, fue todo un desastre.



SILVERSTONE, LA PRIMERA PISTA DE SCHUMACHER

Quién iba a imaginar que el encarcelamiento del piloto Bertrand Gachot iba a darle su primera oportunidad a Michael Schumacher en la Fórmula 1. Bertrand había rociado con un spray a un taxista londinense, y le encarcelaron indefinidamente. No podía disputar el Gran Premio de Bélgica. Gracias al siempre extraordinario ojo de Eddie Jordan para cazar a jóvenes talentos, y a su amistad con Willi Weber (a quien conocía cuando ambos compitieron en la F3) ambos llevaron a Michael a la pista.

Antes del Gran Premio de Bélgica, Schumacher no se dejó abrumar por la potencia del Jordan que le habían prestado. En Silverstone, en el circuito sur, tanto él como su patrón, el inolvidable Eddie, empezaron a mover las fichas y encajar las piezas para que la historia de uno de los pilotos más laureados de toda la historia empezara a forjarse. Las primeras pruebas con un Fórmula 1 resultaron aparentemente normales: hizo algunos trompos, pero pronto se familiarizó con el bólido. Schumacher lo recuerda con emoción contenida: "Las primeras vueltas me impresionaron bastante, pero pronto me acomodé. Era especial, para nada sobrenatural". No dejó que los nervios le traicionaran. Y funcionó.



DOMANDO SPA-FRANCORCHAMPS

Igual que funcionó el hecho de tratar al difícil, peligroso y extremadamente veloz trazado de Spa-Francorchamps como si de una fiera salvaje que hubiera que dominar paso a paso. Debutar en Spa no era una broma. No es como otro circuito cualquiera. Por eso sus primeros pasos por la terrible Eau Rouge fueron comedidos: frenaba a su inicio y no pasaba de la quinta velocidad hasta que había rebasado el Raidillon. Era un desastre, pues no es que su velocidad fuera poco rápida, sino lenta; dos conceptos muy diferentes, como él mismo reconoció: "Se podía pasar por allí mucho más rápido".

Cuando por fin se atrevió a pisar el acelerador algo más, con su primer juego de neumáticos nuevos de clasificación, Eric Van de Poele se salió de la pista y se neutralizó la sesión. En su segundo intento fue nada más y nada menos que Alain Prost quien bloqueó su vuelta rápida. Tenía dos opciones: o chocar contra un mito de esa categoría o tomar la escapatoria en la frenada. Obviamente, prefirió salirse recto.

Al siguiente intento, Schumacher lo dio casi todo: "Fui al 98%; quería clasificar el coche sin arriesgar en exceso". Entonces sí que fue rápido. Y tanto: la cuarta fila en la parrilla de salida fue una sorpresa para todos los que le vieron en su verde bólido. Michael se había mimetizado con la pista y su propio coche. Pero la carrera fue otra historia: se anticipó a la salida y quemó el embrague en la primera vuelta, en la que tuvo que abandonar. Jordan no tuvo otra oportunidad con Schumacher; sigue creyendo que Flavio Briatore se lo robó: en Italia corrió para Benetton, y terminó su primera carrera completa en quinto lugar. Nada podía ya pararle.


UN MARAVILLOSO LOCO

Pero, como si de un presagio se tratara, el pleito entre Jordan y Briatore por hacerse con los servicios del astro alemán en 1991 marcaría el inicio de una carrera exitosa, pero también una de las más polémicas que se recuerdan. Las descalificaciones, las sanciones, las advertencias de la FIA, las críticas y las maniobras al límite de la legalidad marcaron algunas de sus carreras.

Polémico como pocos, Schumacher ha sabido siempre usar su inteligencia, su increíble velocidad, su gran capacidad de concentración y desarrollo de los monoplazas para sacar el máximo partido en cada momento. Schumacher es el héroe y el villano al mismo tiempo, según quién le describa. Algunas de las maniobras más brillantes y también peligrosas llevan su misma firma. Pero ¿quién puede juzgar a un mito viviente? Al menos, dejemos que sean sus propios colegas quienes lo hagan: Niki Lauda le describió a finales de los años 90 como "el talento del siglo". Hoy es mucho más duro: "Debería ser honesto consigo mismo y retirarse". Barrichello o su propio hermano, Ralf, tampoco le han perdonado algunas maniobras peligrosas, y le han criticado duramente. Pero ¿quién no comete locuras alguna vez?

Sea como fuere, dentro de veinte años, cuando alguien lea el nombre Schumacher, sentirá envidia de nosotros, por haberle visto competir en directo, con sus pros y contras, con sus aciertos y sus errores, con su maestría y su altanería. Y, según ha anunciado, el año que viene volveremos a estar de fiesta: celebraremos el vigésimo aniversario de su primera victoria, que tuvo lugar precisamente en Spa-Francorchamps, en 1992. Pues aún queda Schumacher para rato. Y es que ya lo dijo el tango: "Veinte años no es nada".
Por Héctor Campos
 
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