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bonel

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Hay una estrategia del miedo, para desactivar la movilización social contra el desmantelamiento del Estado social

Apenas tomada posesión del cargo de Consejero de Interior del Gobierno catalán, Felip Puig mostró sus intenciones en una entrevista, prometiendo ir “hasta donde la ley permite, y un poco más”.

A estas alturas de su mandato, pocas dudas caben sobre su fidelidad a esta premisa. El más reciente ejemplo puede hallarse en la decisión de crear un sitio web para fomentar la delación ciudadana, anunciada al calor de los disturbios que en Barcelona empañaron el transcurso de una huelga general seguida, por lo demás, de forma masiva y pacífica.

Son muchas las voces que cuestionan el fondo y la forma de la última decisión de Puig, ya desde el ámbito estrictamente jurídico, como desde otros muchos. No es de extrañar, pues la web que Interior ha pergeñado es de dudosa legalidad, e incluso de dudosa constitucionalidad, ya que puede entenderse que atenta contra los derechos a la intimidad y a la presunción de inocencia. Estas dudas han sido expresadas por portavoces del Colegio de Abogados de Barcelona, de Jueces para la Democracia, así como por numerosos académicos del ámbito del Derecho Penal, preocupados por las implicaciones y consecuencias que tenga, tanto por la escasa o nula utilidad para combatir el delito, como por la vulneración de derechos individuales que supone, como por la agresión que representa para nuestro sistema de derechos y garantías.

Cualquier restricción de estos derechos debe estar legalmente amparada, motivada, y debe ser proporcional al fin perseguido, lo que no parece suceder en este caso. No es admisible la comparación con los carteles habituales en aeropuertos y edificios oficiales, puesto que en éstos se reproducen fotografías de personas sobre las que penden órdenes de búsqueda y captura, o bien de criminales fugados.

Cabe recordar que en esta web se exhiben fotografías de personas que ni tan siquiera están imputadas, e incluso de algún menor de edad. No queda acreditado en qué condiciones fueron obtenidas las imágenes, ni por quién, difícilmente se pueden contextualizar, y en algunos casos las conductas observadas son de escasa o nula entidad.

Sin embargo, la propia inclusión de las imágenes en el sitio web, al que por cierto se accede pinchando en un banner un tanto sugestivo y alarmista, las sitúa ya en la picota e induce a pensar aquello de “algo habrán hecho”. Por ello, el método tiene algo de inquisitorial, sembrando en primer lugar la sospecha, e imponiendo de entrada una pena de banquillo anticipada, en forma de exposición de su imagen en los medios de comunicación y en la red.

No es casualidad que, incluso para el caso de quienes hayan sido hallados culpables de la comisión de un delito, que no es el caso, nuestra jurisprudencia sea totalmente refractaria a permitir la publicación de listas de delincuentes. ¿Merecen menor protección quienes quizá no hayan cometido delito alguno?

Llegados a este punto, me siento obligado a señalar que la delación es un potente corrosivo social, dado a la utilización desviada por razón de rencillas personales, y muy peligroso para nuestras libertades civiles. Sí ha sido, en cambio, un instrumento muy útil para la dominación social o la eliminación del disidente, en manos de poderes no democráticos –desde el intenso uso que le dio el franquismo o el estalinismo, hasta a la caza de brujas del senador McCarthy, por no buscar más ejemplos–.

Tiene la particular cruzada de Puig contra los que no duda en calificar como guerrilla urbana o antisistema algo de esperpento y mucho de estrategia política.

En primer lugar, no se nos escapa que el Consejero de Interior se ha pasado los diecisiete meses que lleva en el cargo abonando la especie de que en Barcelona había anidado un grupo de unos pocos centenares de profesionales de la violencia que se organizan para actuar en cualquier acto masivo, desde manifestaciones a celebraciones deportivas. La policía los tiene perfectamente identificados, según ha presumido Puig reiteradamente, advirtiendo a renglón seguido que no habría espacio para la impunidad. No me atrevo a preguntar por qué, estando perfectamente identificados estos violentos, no se han podido evitar sus desmanes mediante adecuados dispositivos policiales, que deben garantizar también –aunque a veces el Sr. Puig lo olvide–, el libre ejercicio de los derechos de huelga y manifestación que nos asisten. Pero sí me pregunto para qué se requiere entonces un sitio web como el que ha puesto en marcha.

Sin embargo, quisiera que este árbol no nos impidiera ver el bosque. Es conocido, desde tiempos inmemoriales, que el miedo es el gran aliado del poder. Se sirve de él para conseguir lo que de otro modo sería francamente difícil de obtener. Lo estamos experimentando en cada amenazante disyuntiva que se nos plantea: austeridad o caos, precarización o paro y, en última instancia, como saben bien los estudiantes de Valencia –el enemigo ¿recuerdan?–, conformidad o represión.

Existe, en este sentido, una estrategia del miedo, para desactivar la movilización social contra el desmantelamiento del Estado social, consistente en criminalizar y deslegitimar a quien disiente. Así debemos leer los anuncios de reforma del Código Penal que realiza el Ministro del Interior, Fernández Díaz, que pretende tipificar como atentado a la autoridad hasta la resistencia pasiva. En esta clave debe entenderse el deseo de CiU de regular el derecho de huelga, o las insinuaciones respecto a nuevas regulaciones del derecho de reunión o de manifestación.

De Fernández Díaz hemos oído que “ha habido que forzar el ordenamiento jurídico” para poder acordar prisión provisional para alguno de los detenidos en la última huelga, y de Puig que “ya no vale decir yo pasaba por allí”, y que hay que conseguir “que haya más gente que tenga más miedo al sistema”.

¿A qué viene tanto interés en aparentar mano dura? A lo rentable electoralmente que resulta el populismo punitivo, dirán algunos con razón. También les sirve para tratar de esconder su ineficacia a la hora de proteger unos derechos sin lesionar gravemente los de todos, dirán otros, también con razón. Pero por encima de todo, lo que se quiere con tanto aspaviento es ocultar a toda costa el profundo conflicto social que surge del sufrimiento que se causa a los más, tan sólo para aplacar la obscena codicia de los menos.

Ferran Pedret i Santos es el Secretario de Movimientos Sociales del PSC
 
Pues siguiendo con el poema: "vendran por ti,por mi,por todos,y tambien por ti,aqui no se salva ni Dios.....lo asesinaron.Escrito está,tu nombre está ya listo temblando en un papel,aquel que grita Abel,o yo,tú,él........."
 



...primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mi pero, para entonces, ya no quedaba nadie a quien decir nada…

 
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